lunes, 2 de noviembre de 2009

Julio Verne y Allan Quatermain contra los Zombies

Autor Martín Cagliani

Ilustraciones Pedro Belushi

(Utilizando personajes ficticios de la obra de H. Rider Haggard)

©Todos los derechos reservados.

Relato escrito por Allan Quatermain que nunca fue publicado a pedido de Julio Verne. Se sabe que fue escrito en marzo de 1888 y que la expedición partió el seis de enero de ese año. Quatermain es un cuenta cuentos profesional, que si bien suele relatar sus propias aventuras, nunca se sabe cuanto hay de cierto, y cuanto es ficción, pero en vista a otros archivos de la Conspiración de 1888, no parece ser que se haya permitido muchas libertades literarias en la narración de esta desgarradora aventura.

zombies, por Pedro Belushi

Como en todos mis relatos me disculpo por lo burdo de mi modo de escribir. La única excusa que puedo presentar es que estoy más acostumbrado a manejar un rifle que una pluma, y que no puedo aspirar a los altos vuelos y adornos literarios que observo en las novelas. Dice un refrán kukuana que "una lanza afilada no necesita brillo", y basándome en el mismo argumento, me atrevo a esperar que una historia verídica, por muy extraña que sea, no necesite el adorno de las bellas palabras.

Fue curiosa la forma en que Julio Verne y yo nos conocimos. El encuentro ocurrió dos meses antes de que partiésemos hacia la Patagonia. Estaba yo en París dando una conferencia en la Société française d'exploration sobre mi expedición a las Minas del Rey Salomón sin saber que el gran escritor Julio Verne estaba entre mis oyentes.

Había terminado la exposición, y me logré librarme de los curiosos que me llenaban a preguntas. Caminaba cojeando más que de costumbre, ya que cuando me pongo nervioso la herida me duele más que nunca. Pero cuando levanté la vista, venía hacia mí un hombre que también cojeaba, estaría cercano a los sesenta años, como yo, y llevaba una barba prolijamente cortada, no como la mía que llevo descuidada.

Lo vi con intenciones de hacerme preguntas, pero yo no podía más de dolor, así que sólo quería sentarme, y le dije en un mal francés, mientras señalaba mi pierna:

—Cuando se han matado sesenta y cinco leones en el transcurso de una vida, como es mi caso, es triste que el león número sesenta y seis te mastique la pierna como si se tratara de un trozo de tabaco.

Logré sacarle una sonrisa, pero no entendió la indirecta, siguió caminando a mi lado. Seguramente a la vista de otros pareceríamos veteranos de guerra, los dos arrastrando la pierna. Luego me enteré que su herida era de bala, y nada menos que producto del disparo de un sobrino un tanto loco.

Luego de las presentaciones de rigor, Verne cortó por lo sano como lanza zulú.

—Señor Quatermain, le voy a ser sincero. Conocía su expedición de antes, ya que mi editor… en paz descanse, me facilitó una copia de su libro, que están por salir a la venta en francés, así que no vine aquí a conocer su aventura, sino a invitarlo a participar en otra.

Me sorprendí, ya que en el estado que me encontraba ese día no pensé que nadie me viese como un posible aventurero, y para ser sinceros, Verne no parecía poder caminar más de veinte metros sin pedir una mula a gritos.

Me contó que había pasado muy malos momentos familiares, y que su carrera de escritor estaba en peligro por haber perdido recientemente a su editor de toda la vida, y también a su madre. Por eso quería partir a comprobar unos datos que le habían llegado sobre una ciudad fabulosa en la Patagonia. Quería comprobar en el terreno esa historia, para utilizarla en una novela que estaba tramando.

Pero no le alcanzaba con los relatos de capitanes y exploradores, como se había manejado hasta ahora, sino que esta vez necesitaba viajar en persona. Como lo había hecho siete años antes en su amado velero Saint Michel.

No le costó mucho convencerme, a pesar de que ya con dinero no se me podía comprar, por las innumerables riquezas que descubrí en las Minas del Rey Salomón. Pero lo que Verne quería buscar era la ciudad inmortal, la ciudad eterna, la ciudad errante de oro y plata de los Césares.

A pesar de que mi vida transcurrió en el continente negro de África, algo conocía sobre las leyendas de América. Sin duda que descubrir esa mítica ciudad que innumerables exploradores habían buscado por toda la Patagonia, me traería más fama todavía que las Minas del Rey Salomón.

Verne tenía datos fidedignos de que en un lago llamado Nahuel Huapi unos indios locales habían descubierto una entrada secreta que daba a unas ruinas. El informante era un ex chamán mapuche devenido en explorador del ejército argentino, y que había perdido a toda su familia en las guerras de conquista. Con él deberíamos encontrarnos en Carmen de Patagones, la ciudad en el confín civilizado de Argentina, la ciudad que abría las puertas a la enigmática Patagonia.

Partimos sólo Verne y yo, acompañados por mi fiel Jikile, el criado zulú que me venía acompañando desde hacía algunos años. Sin olvidarnos de los tres rifles Winchester, mi fusil para cazar elefantes y una colt 45 para cada uno. Jikile, insistió en llevar su lanza ceremonial.

El viaje desde Francia duró dos meses. Hicimos escala en Río de Janeiro y en Buenos Aires, para terminar el recorrido marino en Carmen de Patagones. Ciudad ubicada a orillas del río Negro, a unos veinte kilómetros de la desembocadura de este río en el océano Atlántico.

No puedo decir que haya disfrutado de ese viaje en velero, ya que fue una tortura. Verne casi no emitió palabra en los dos meses, y Jikile habló el equivalente a veinte personas. Siempre burlándose y mofándose de Verne, de los franceses, de mí, de los ingleses, de los brasileños, de los argentinos, de quien pudiese decir algo. Obviamente, siempre en su lengua zulú, como para que sólo yo debiese sufrir sus diatribas.

Con Verne nos costaba comunicarnos, ya que su inglés era casi ininteligible, y mi francés dejaba mucho que desear, pero si yo hablaba en inglés, el me entendía bien, y yo lo entendía cuando él lo hacía en su propia lengua. Así que para el día en que llegamos a las costas de la Patagonia, el Saint Michel era una Babel andante, cada uno hablando en un idioma diferente. Lindo espectáculo habremos dado cuando nos presentamos en el único hotel del pueblo que se hacía llamar ciudad.

Según me pude enterar, Carmen de Patagones había sido fundada más de cien años atrás, pero no parecía haber crecido mucho desde entonces. Es que hasta hacía apenas algunos años, había sido una avanzada de la civilización dentro de un territorio hostíl. Porque antes sólo se podía llegar a la ciudad por mar, ya que estaba separada por cientos de kilómetros de la población argentina más cercana. Pero en los últimos diez años, el gobierno argentino había conquistado toda esa vasta región, aniquilando a las poblaciones indígenas de la zona.

Verne no estaba muy informado sobre la geografía de la zona. Sus lecturas tenían veinte años de antigüedad, y tan sólo en el transcurso de los últimos cuatro años el mapa por completo había cambiado.

Él venía preparado para lidiar con los indígenas de la región, y ahora resultaba que no había ni uno. Según decían los soldados con los que pudimos conversar, o mejor dicho, con los que Verne conversaba en su oxidado español, nos contaron que para llegar al lago Nahuel Huapi, deberíamos seguir el curso del río Negro, que en algún momento se encontraría con el Limai, y este nos llevaría hasta el lago.

Antes estaba cubierto de indígenas hostiles, pero ahora ya no quedaba nadie, el camino estaba tachonado de fuertes militares. Incluso casi a orillas del lago había uno, que no se sabía bien si seguía activo y si ya había sido abandonado, ante la virtual desaparición de los indígenas de la región.

Tuvimos que esperar seis días a que el guía e informante de Verne volviese de un viaje que había hecho a un fuerte cercano. Alquilamos una pequeña habitación para Verne y para mí, y Jikile dormía en el establo con los caballos y mulas que ya habíamos comprado para la expedición.

Una noche, mientras yo intentaba conciliar el sueño frente a los ruidosos ronquidos de Verne, un hombre entró en la habitación. Me puse de pie de un salto, con mi colt 45 ya en mano apuntando a la cabeza.

Continúa en La Segunda parte de Verne y Qatermain contra los Zombies

1888 - Conspiración Zombie

1 comentario:

  1. Juan Alberto04 noviembre, 2009

    Excelente! Y me encanta que se vaya cerrando la trama, por más que este es un salto atrás, no?

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1888

Para saber de qué trata la peligrosa Conspiración Zombie, entra a ver todos los cuentos del proyecto más maligno y ambicioso de la historia. Índice de la Conspiración Zombie.