sábado, 20 de junio de 2009

Sherlock Holmes contra los Zombies

Relato del Dr. John Hamish Watson sobre el brote zombie de 1888 en Inglaterra. Versión original y real del Misterio del Valle Boscombe, que luego Watson modificó a pedido del gobierno británico:

Ilustración por Pedro

Autor Martín Cagliani - Ilustraciones Pedro Belushi

(Basado en un cuento y personaje de Arthur Conan Doyle)

Estábamos tomando el desayuno una mañana mi mujer y yo, cuando la doncella me entregó un telegrama. Era de Sherlock Holmes y decía lo siguiente:

"¿Tiene un par de días libres? Acabo de recibir un telegrama del oeste, vinculado con la tragedia del valle de Boscombe. Me encantaría que viniera conmigo. Tiempo y panorama perfectos. Salgo de Paddington a las 11.15"

Mi experiencia en la guerra de Afganistán tuvo, al menos, la consecuencia de convertirme en un viajero dispuesto a partir al instante. Necesitaba pocas cosas, y sencillas, de modo que en menos tiempo del calculado me encontraba ya en un coche con mi valija, camino a la estación. Sherlock se paseaba de un lado a otro por el andén y su cuerpo parecía aún más alto y enjuto a causa de la larga capa de viajero y la ajustada gorra de paño.

—Ha sido muy amable en venir, Watson. Para mí representa una diferencia notable tener a alguien en quien confiar. Las informaciones de las personas que viven en el lugar del hecho siempre resultan de escaso valor o están influidas por consideraciones personales. Ubíquese en el compartimiento del rincón, mientras voy a sacar los billetes.

Estábamos los dos solos, pero Holmes ocupó casi por entero el coche con una pila de periódicos. Uno a uno fue leyéndolos detenidamente, tomando de tanto en tanto apuntes y reflexionando sobre algunos detalles hasta que dejamos atrás la estación de Reading. De pronto hizo una pila con todos ellos y lo depositó en el portaequipajes.

—¿Oyó hablar algo del caso? —me preguntó.

—Ni una palabra. Hace días que no leo un diario.

—Acabo de echar un vistazo a los periódicos más recientes a fin de conocer los detalles, pero la prensa londinense no ha dado un relato completo. Por lo que colijo, parece ser uno de esos casos sencillos que resultan extremadamente difíciles.

—Eso suena un tanto paradójico.

—Pero es profundamente cierto. Casi siempre lo singular constituye una clave. Cuanto más insignificante y vulgar es un delito tanto más difícil es resolverlo. Un hombre ha desaparecido, Watson.

—¿Se trata de un asesinato?

—Ya estaba muerto.

—Un robo entonces.

—No es tan simple, ya ve. Ha desaparecido también el cuidador del cementerio y unos cuantos muertos con él.

—¿Entonces son muchos los desaparecidos?

—Según los datos que poseo, querido Watson, el caso parece más complicado que eso. Le explicaré en pocas palabras lo que sé. El valle de Boscombe es una zona campestre, no muy distante de Ross, en el Herefordshire. El principal terrateniente es un tal John Turner, que hizo fortuna en Argentina. Una de las granjas de su propiedad, la de Hatherley, la arrendaba al señor Charles McCarthy, quien también hizo algunos viajes a Argentina.

“Turner participó comerciando activamente durante la Conquista de la Patagonia que realizó Argentina desde 1879 y que ahora está terminando de pacificarse. Sepa, Watson, que murieron muchos indígenas en esa campaña, para que los terratenientes pudiesen tener más tierras. Turner aprovechó la ocasión y comerció bastante para traer alimentos a los trabajadores industriales británicos, y para vender suministros a las tropas. Pero ya hace seis años que retornó. Sin embargo McCarthy viajó nuevamente a la Argentina y volvió hace poco de allí.

“Al parecer salió una mañana y se dirigió a la laguna de Boscombe, un pequeño lago, formado por las aguas que se desbordan del arroyo que recorre el valle. Fue con su criado, y no volvió con vida del paseo.

“Lo más extraño es que se dejó el cuerpo en el cementerio local a pasar la noche, para ser enterrado al día siguiente. Pero cuando las familias McCarthy y Turner llegaron allí a las seis de la mañana, no sólo no estaba Charles McCarthy, sino que faltaba el cuidador del cementerio, así como cuatro de los muertos más recientes. La policía creyó en un principio que el cuidador había huido con los cuerpos para venderlos a algún anatomista londinense, pero al parecer los muertos no habían ido a ningún lado.

“La laguna de Boscombe está rodeada por una espesa foresta, con una franja de pasto y juncos en la orilla. Según se recoge en el periódico del día de ayer, una niña de catorce años, llamada Patience Moran, hija del cuidador de la finca de Boscombe, se encontraba en uno de los bosques recogiendo flores. De acuerdo con su declaración, mientras se hallaba en ese lugar vio al señor McCarthy del otro lado del lago caminar de forma espasmódica. No iba solo, sino que lo acompañaban otros tres hombres, todos muy desaliñados.

—¿No estaba muerto? —pregunté.

—Justamente, querido Watson. La niña vio al supuestamente fallecido McCarthy, un día después de su desaparición, caminando por la orilla del lago como había hecho justo el día antes de morir. Esta investigación es como para algún cazador de fantasmas, pero la familia Turner y la del mismo McCarthy creen que puede estar con vida, y me han llamado a que solucione el misterio.

—¿Fantasmas, Holmes? —dije azorado.

—Usted sabe, Watson, que disfruto las historias sensacionalistas. Pero veremos, nomás llegar a la región, que todo tendrá una explicación racional. De sobra me conoce usted para creer que alardeo cuando digo que confirmaré o destruiré la teoría de los periódicos locales valiéndome de medios que ellos son totalmente incapaces de emplear e inclusive de comprender. Para citar el primer ejemplo que tengo a mano, percibo con claridad que la ventana de su dormitorio, Watson, está a su derecha.

—¿Cómo diablos...?

—Mi querido amigo, lo conozco a usted bien. Sé la pulcritud militar que lo caracteriza. Usted se afeita todas las mañanas y en esta época lo hace a la luz del día. Pero veo que el lado izquierdo de su cara está menos bien afeitado que el derecho, lo que significa que esa mejilla recibió menos luz que la otra. Lo digo a manera de ejemplo trivial de observación y deducción.

—¿Y cómo nos ayudará la observación y la deducción a desentrañar este misterio de desapariciones y muertos vivos? —pregunté.

—Ya veremos, Watson. La familia McCarthy y el mismo John Turner nos esperan en la estación de Ross. Podremos interrogarlos, y descubrir el misterio con una simple serie de preguntas y respuestas. Para más, Watson, mire en este periódico de aquí —Buscó entre la pila—, se dice que la policía local interrogó al criado, un francés llamado Bergés, que pudo escuchar las últimas palabras del muerto y lo vio morir de un ataque al corazón. Le leo: “el señor McCarthy me pidió que tomase su frasco y que le untase entre los ojos con un trozo de carne putrefacta que había dentro”.

Holmes rió suavemente por lo bajo y se recostó sobre el asiento acolchado.

—Pura superstición —continuó—. En otro lado decía que McCarthy no iba a ningún lado sin ese frasco que había traído de su viaje a la Patagonia. Según pude deducir de diversos detalles esparcidos en los periódicos londinenses y locales, el fallecido McCarthy había vuelto de su viaje el seis de julio. Ya que McCarthy antes de morir le contó a su criado sobre un terremoto en el Río de la Plata.

—¿Un terremoto en el Río de la Plata? Según tengo entendido no hay ni siquiera montañas por allí.

—Usted es un hombre de mundo, Watson, pero si estuviese atento a la prensa, sabría que el día 5 de junio ocurrió un terremoto, aunque no lo crea, en esa región de Sudamérica. Y en diversos periódicos se dice que hacía sólo seis días que el muerto había retornado de Buenos Aires. Hoy es 12 de julio de 1888. Y el viaje entre Londres y Buenos Aires no suele durar más de un mes. Todo encaja.

Eran casi las cuatro cuando, después de haber atravesado el ancho y resplandeciente Severn, llegamos por fin a la bonita población campesina de Ross. Nos esperaba en el andén un hombre flaco, con mirada furtiva. Su ropa color castaño y polainas de cuero evidenciaban a un poblador de la zona, según comentó Holmes.

Continúa aquí Sherlock Holmes contra los Zombies: segunda parte.

(Recopilado en Conspiración Zombie por Martín Cagliani)

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1888

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